El hambre no es una sensación, dicen en las escuelas periféricas

Los docentes admiten que en 2019 la necesidad aumentó y que en muchos casos no se alcanzó a cubrir la demanda. En la zonas más vulnerables de la ciudad, más del 90% de los alumnos recibe este beneficio.

Es cierto que la deserción escolar no se frena con un plato de comida, pero el alimento se ha convertido, en los últimos 36 años, en un dispositivo fundamental para casi la mitad de los alumnos cordobeses de escuelas estatales. No hay dudas: el programa alimentario provincial los contiene y les da la chance de ubicarse en igualdad de condiciones (o al menos de acercarse) a quienes tienen una heladera llena en su casa.

El Paicor nació hace más de tres décadas como un salvavidas que tenía fecha de caducidad, pero que terminó transformándose en una necesidad y en un derecho de quienes no pueden cruzar el umbral de la pobreza.

Son miles los que pertenecen a una generación que nunca almorzó en familia y que desconoce cómo compartir una comida. Muchos son hijos de padres que crecieron gracias al Paicor. Esta parece ser la evidencia de que el hambre existe en la Argentina.

Los maestros que trabajan en el cordón más olvidado de la ciudad de Córdoba advierten desde hace años que un número creciente de niños y adolescentes come por última vez en el día cuando toma la merienda del Paicor. Son aquellos que se ubican en el entramado más lábil de la sociedad, en el que las chances de consumir productos nutritivos son escasas.

La Voz consultó a docentes y a directivos que conviven a diario con el alumnado que parte en desventaja sobre si creen que el Paicor es un agente de retención escolar y sobre cómo observan el déficit alimentario que se sufre casi en secreto en los hogares.

Para el director de un Ipem, que pidió el anonimato, el Paicor es una contención significativa para los estudiantes que viven en un entorno familiar que los apoya. Sin embargo, para la población ultravulnerable –opinó– ni siquiera este dispositivo vital la sostiene en la escuela. “La droga juega su papel también entre la alimentación y en lo educativo. Hay pibes que por la droga pasan de largo”, sintetizó.

En algunas zonas críticas, el 90 por ciento de los alumnos come en la escuela. Y quienes no figuran en el padrón también lo hacen, aunque esté prohibido y aunque las normas indiquen que la comida que sobra debe desecharse.

“No está permitido, pero se reparte entre quienes quieren y deben comer para seguir adelante. Aun fuera de las reglas”, admitió un profesor. Mientras, una maestra contó que les dan “de contrabando” las varillas de pan, y otra, que cuando hay potajes o guisos multiplican las porciones como los peces bíblicos.

“La comida que queda debe tirarse a la basura por cuestiones de sanidad. Hay chicos que la piden para su casa. Habría que repensar esta medida: es un crimen tirar los alimentos cuando es evidente que hay gente que los necesita”, se lamentó otra docente.

Termómetro social

En épocas de crisis, el programa alimentario es un termómetro social. El año pasado, los alumnos que habitualmente no almorzaban porque no les gustaban los alimentos comenzaron a quedarse y los que no estaban en el padrón también intentaban ingresar al comedor.

“Antes preguntaban qué comida había y según eso entraban. Ahora comen, no eligen”, confirmó una directora.

Casi una decena de docentes consultados coincidieron en que el Paicor es fundamental, pero no lo es todo. Plantearon, incluso, que en casos de pobreza extrema debería implementarse un refuerzo alimenticio a la noche.

“Llegan a la mañana sin cenar y se descomponen. Una vecina de enfrente del colegio les prepara viandas dos veces por semana y hacen cola. Están muy necesitados”, contó el directivo de otra secundaria, ubicada en “zona roja” de la ciudad. “No diría que vienen exclusivamente por la comida. Vienen porque la ven como la única institución que los alberga y pueden imaginar un proyecto de vida”, aseguró.

Falta de raciones

En este laberinto de urgencias vitales, también en 2019 recrudecieron los reclamos por trabas burocráticas que demoran la autorización a los beneficiarios.

Según relataron en varias escuelas, alumnos inscriptos a fines de 2018 finalizaron el año pasado en estado “pendiente”, sin acceso al comedor.

Además, algunas instituciones no recibían las cantidades de raciones correspondientes a los empadronados.

“Tenemos 386 estudiantes autorizados y el tope de raciones que se enviaron en 2019 fue de 266”, contó una directora. Otras autoridades confirmaron el dato con sus propios ejemplos.

En una secundaria de zona residencial, el padrón sumó el equivalente a un curso completo el año pasado. Fue la primera vez en 10 años.

“Nos faltó comida porque los chicos excluidos del padrón también querían comer y no alcanzaba. Esto produjo quejas. Fue el signo más visible de la crisis”, explicaron desde el Ipem.

En una escuela primaria alejada del Centro, unos 50 niños se encuentran en situación de extrema vulnerabilidad: sólo comen lo que ofrece el Paicor.

“Tuvimos un caso de un niño que se dormía en el turno tarde y la docente se dio cuenta de que era por falta de comida. Nos contaba la mamá que no compraba más azúcar porque los chicos tenían tanto hambre que se la comían a cucharadas y empezó a comprar edulcorante, porque eso no les gustaba”, relató, con tristeza, una maestra.

Análisis provincial: La situación social, el marco

El programa está a cargo de la Secretaría General.

“La realidad socioeconómica del país no es ajena a la provincia y se ve reflejada en mayor asistencia a los comedores escolares”, señalaran desde la Provincia. “El Paicor tiene como objetivo la contención alimentaria de la población educativa en situación de vulnerabilidad, la inclusión y la permanencia en el sistema educativo”, agregaron.

Estabilidad en una política

Fundeps, con el apoyo de Unicef Argentina, comenzó hace unos meses a trabajar en un estudio para comparar la implementación de los programas alimentarios escolares en cuatro provincias: La Rioja, Jujuy, Catamarca y Córdoba. La investigación ya completó su primera etapa, que consiste en estudiar el marco normativo en cada jurisdicción de esta política pública. Resta el análisis de los aspectos nutricionales y económicos, que se encuentra el desarrollo.

Para César Murúa, coordinador del proyecto y miembro de Fundeps, la primera etapa de la investigación arrojó un dato positivo: “Córdoba es la provincia que mayor grado de institucionalidad tiene en este tipo de programas, lo que significa una gran estabilidad tanto en la calidad como en la frecuencia en la prestación a pesar de los cambios en las administraciones y de las crisis económicas”, señaló.

Murúa señaló que el problema de “la pobreza no se resuelve sólo con el Paicor”. “En todo caso habría que explorar opciones de articulación del Paicor con otros programas de asistencia, como merenderos y comedores barriales, que reciben apoyo del Estado”, dijo.

Sobre la cristalización de este tipo de asistencia, Murúa señaló que “es evidente que si un programa de este tipo se mantiene en el tiempo, hay un problema que persiste”. Nos obstante, aclaró que el Paicor y la escuela cumplen también un “rol de integración social”.

“En todo caso se podrían explorar otros aspectos de integración y que a la vez promuevan una alimentación saludable, como que los estudiantes participen del cuidado de huertas comunitarias que provean a sus propios comedores escolares”, señaló.

El incremento de los beneficiarios del Paicor marca también el cambio de rol de la escuela tradicional. “No hay dudas de que ante el hambre hay que darles de comer a los niños; es un derecho básico. En un segundo nivel de análisis vemos cómo la escuela amplía sus funciones y deja de ser un ámbito sólo de aprendizaje para convertirse también en un centro de salud, en el lugar donde se come y se hacen tantas otras cosas, y eso también implica un nuevo problema”, indicó, a su vez, Martín Maldonado, investigador de Conicet.

“El dispositivo pedagógico que es la escuela es del siglo XIX y tenemos alumnos del siglo XXI. En algunos casos sus problemas son el uso de la tecnología, pero en los contextos vulnerables son la pobreza, la violencia y el hambre, y eso modifica la idea de aprendizaje tradicional”, señaló.

Nutrición

Por su parte, la magíster en Salud Pública Daniela Moyano señaló que en los programas alimentarios escolares suele haber “una baja frecuencia de oferta de algunos alimentos saludables, como frutas y verduras”. La conclusión surgió de un estudio sobre los comedores municipales.

Fuente: La Voz